viernes, 10 de marzo de 2017

La cabaña, el bosque, las carpas y la lluvia...


Despertar en la cabaña del bosque y darte cuenta que está lloviendo. 

El otoño ya está bien avanzado, está totalmente nublado y hace frío… pero no un frío que cale los huesos, sino ese que uno agradece, que hace notar la pureza del aire que respira.

De vez en cuando la monotonía del sonido de la lluvia es interrumpido por sonidos de truenos, que a veces son graves y guturales… y otras veces son penetrantes y desgarradores.

Preparar el café en la antigua cocina de la cabaña, tiene un doble beneficio… caldea el ambiente y lo satura de ese aroma tan deseado en este tipo de despertares.

Abrigarse con ropa cómoda y mullida… mientras va creciendo la excitación por salir al exterior.
La cabaña se encuentra en un claro del bosque, montada sobre pilares su parte trasera, suspendiéndose encima de un estanque causado por la depresión natural del terreno, que manos de humanos han ido transformando de a poco, piedra a piedra, en el hábitat de decenas de carpas koi de brillantes colores y tamaños considerables, que en algún momento alguien debe haber transplantado y allí quedaron en su quietud y libres en su reproducción… aunque más de una vez algún animal del bosque se las sirve de almuerzo o comida.

Salir a la terraza que está justo por encima del estanque… sentir el primer golpe de humedad en la cara, mientras te aseguras de cerrar la puerta para que no pierda calor la cabaña.

Echar el primer vistazo a este ambiente que te rodea, sin esfuerzo en tus ojos por lo nublada de la mañana… ver como chorrea el agua por el mar de hojas de los árboles que rodean el lugar y caer encima de un colchón de hojas entre amarillas y rojas, producto de la estación del año, mientras se advierte lo negra que está la tierra bajo ellas.

Ajustarse el gorro de lana y la bufanda tricolor, para que no pase ni una brizna de frío al cuerpo… para que se quede solamente para tu disfrute en la cara… mientras de vez en cuando y siempre que la brisa venga a tu encuentro, se te impregne la piel de miles de minúsculas gotas de agua helada.
Arrastrar el viejo sillón balancín azul hasta llevarlo al borde de la terraza, mientras le echas encima un par de mantas a cuadros… a la misma vez que sientes como la madera del piso frena tus botas por la humedad de la lluvia y la falta de pulido.

Tomar el tazón con ambas manos para traspasar el calor hacia ellas, mientras te lo acercas a tu cara para sentir el penetrante olor del café recién hecho, negro, bien cargado y poca azúcar… ver como empieza a salir humo de tu boca por el contraste de la temperatura corporal con la del ambiente.
Sentarte y echar una segunda y larga mirada al entorno… rodeado totalmente de gruesos y añosos árboles, cuyos troncos ahora son casi negros por la humedad de la abundante lluvia.

Los colores son fuertes y a la vez no estridentes… el olor del bosque es una mezcla de aromas verdes de distintos tipos de árboles, ligado con el olor de la tierra mojada… extremadamente fresco, acorde a la persistente lluvia que por momentos se vuelve intensa.

Terminar el recorrido visual en el estanque casi natural que está literalmente bajo mis botas y ver como su superficie está plagada de hojas amarillas y rojas y miles de circunferencias de las gotas de lluvia que cae sobre él… mientras adviertes como se mueven bajo este manto decenas de carpas asomando a rato sus bocas a la superficie… como si estuvieran sedientas de agua de lluvia fresca.
Colocar el tazón casi vacío en el piso de madera empapado de agua y muy falto de mantenimiento… y buscar en los pliegues de la manta que tienes encima, la entrada a uno de tus bolsillos de la chaqueta… penetrarlo y buscar a ciegas la cajetilla de cigarros que tienes… sacarla a la luz y abrirla torpemente con tus dedos húmedos y medio entumidos por el frío… sacar un cigarro y prenderlo… dándote cuenta de lo fuera de contexto que es el chasquido del encendedor… en la misma media que aspiras tu primera bocanada de humo, mientras entornas los ojos y disfrutas de esa sensación sólo reservada a los fumadores.

Caer en un estado de meditación consciente, en la medida que vas disfrutando de todos los sentidos que te permite la situación, mientras que el ruido natural del silencio te envuelve, junto con el frío, la humedad, las carpas, la lluvia, el bosque… y el pequeño crujido de la madera hinchada del balancín.
Estar en medio de este éxtasis de sonidos, olores y colores desteñidos por el agua incesante que no deja de caer… y ser transportado de golpe a otra “realidad” por el sonido peculiar de tu celular que ha empezado a urgirte desde adentro de la cabaña.

Con un pestañazo dar por terminada la función de la naturaleza, mientras te incorporas y te adentras en la habitación… a la misma vez que surca tu mente por primera vez en la mañana un pensamiento ajeno a este entorno.

¡ Uf ¡… ¡cómo pasa el tiempo! … ya es hora…

Pancho García

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