Tener un oído bien abierto es "sacarnos todo lo propio de encima" para escuchar sin interpretar lo que el otro dice, sin proyectar ni nuestra sombra ni los consecuentes guiones, sin intentar aconsejar sobre lo que para nosotros el otro debería estar haciendo pero no se pudo dar cuenta (en cambio nosotros, tan inteligentes somos, que sí pudimos hacerlo).Con el tiempo aprendí que un oído abierto es el que no tiene miedo a la sensibilidad y por ello, en nuestras relaciones, es el más importante de los sentidos. Lo sé porque no recuerdo tanto las cosas que dije cuando necesité ayuda como la mirada y el gesto atento y concentrado de la persona que me ayudó y también que los dolores más grandes en mí se relacionan con no haber sido mirada o escuchada, más allá del contenido de lo estaba sucediendo en el momento.
Actualmente estamos ocupados todo el tiempo y no sólo por las cuestiones relacionadas a la subsistencia sino también por ir detrás de consumir cosas que no necesitamos, esto lo saben muy bien los políticos de turno y los publicitarios. Nos mantienen tan ocupados que ya no prestamos oídos a la realidad, incluyendo en ésta que no nos conocemos a nosotros mismos. Inversamente, el simple contacto visual, junto con un cuidadoso "dígame su historia", puede recorrer un largo camino hacia la disminución de los sentimientos de alguien que se percibe solo o alienado.
Podemos practicar, eligiendo a una persona de nuestras vidas y escucharlas en profundidad, como si hacer esto fuera lo único importante. Podemos probarlo con alguien que no conocemos muy bien, un pariente con quien hayamos tenido un malentendido o alguien que vive con nosotros. Probar con una persona de la calle y ver lo que nos sucede a los dos.
¿Quién sabe?
Quizás sólo a través de las palabras, podamos empezar un movimiento.
Fanny Libertun
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