martes, 25 de julio de 2017

Dzogchen, un estado de conocimiento


Las personas que comienzan a tener interés por las enseñanzas pueden caer en la tentación de alejarse de la realidad de las cosas materiales, como si las enseñanzas constituyesen algo completamente separado de la vida diaria. Bajo esta tendencia se oculta, muchas veces, el propósito de eludir nuestros problemas y la ilusión de que vamos a encontrar algo que, milagrosamente, nos ayudará a trascenderlos. Sin embargo, las enseñanzas se basan en nuestra condición humana actual. Tenemos un cuerpo físico con sus distintos límites: cada día tenemos que comer, trabajar, descansar, etc. Esta es nuestra realidad y no podemos ignorarla.
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En la tradición budista Mahayana, por ejemplo, la compasión es uno de los puntos fundamentales de la práctica, junto con el conocimiento de la verdadera naturaleza de los fenómenos, o "vacuidad". A veces, no obstante, la compasión puede convertirse en algo construido y provisional porque no entendemos su verdadero principio. Una compasión genuina, no artificial, sólo puede surgir cuando hemos descubierto nuestra verdadera condición. Observando nuestros límites, nuestros condicionamientos, nuestros conflictos, podemos llegar a ser verdaderamente conscientes del sufrimiento de otros, y entonces nuestra propia experiencia se convertirá en una base, o modelo, que nos permitirá entender y ayudar mejor a los que nos rodean.
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¿Qué queremos indicar cuando decimos, "hacernos conscientes de nuestra propia condición"? Significa observarnos a nosotros mismos, descubrir quiénes somos, quiénes creemos que somos, y cuál es nuestra actitud hacia los demás y hacia la vida. Para ello es suficiente con observar los límites, los juicios mentales, las pasiones, el orgullo, los celos, los apegos y todas las actitudes en las que nos encerramos en el curso de tan sólo un día. ¿De dónde surgen?, ¿dónde están enraizados? Su fuente es nuestra visión dualística y nuestros condicionamientos. Para ayudarnos a nosotros mismos y a los demás, tenemos que superar todos los límites en los que estamos encerrados. Esta es la verdadera función de las enseñanzas.
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Si uno no logra entender el verdadero significado de una enseñanza en el contexto de su propia cultura, puede llegar a confundir la forma externa de una tradición religiosa con la esencia de su mensaje. Pongamos el ejemplo de una persona occidental, interesada en el budismo, que se va a la India en busca de un maestro. Allí encuentra un maestro tibetano tradicional que vive en un monasterio aislado y no conoce nada sobre la cultura occidental. Cuando a tal maestro se le pide que dé enseñanzas, seguirá el método que se usa para enseñar a los tibetanos, y la persona occidental tendrá algunas dificultades graves a superar, comenzando por el obstáculo del lenguaje. Quizá reciba una iniciación importante y quede impresionada por la atmósfera especial, por la "vibración" espiritual, pero no entenderá su significado. Atraída por la idea de un misticismo exótico, puede que permanezca durante unos meses en el monasterio, absorbiendo unos cuantos aspectos de la cultura tibetana y de sus costumbres religiosas. Cuando regresa a occidente está convencida de que ha entendido el budismo y se siente diferente de los que le rodean, comportándose como un tibetano.
Pero la verdad es que para que un occidental practique una enseñanza que viene de Tíbet, no hay necesidad de que se convierta en un tibetano. Por el contrario, es de capital importancia para él saber cómo integrar tal enseñanza con su propia cultura, a fin de poder comunicarla, en su forma esencial, a otros occidentales. A menudo, cuando la gente se aproxima a una enseñanza oriental, cree que su propia cultura no tiene valor. Esta es una actitud equivocada, porque cada cultura tiene su valor, relacionada con el medio ambiente y circunstancias en que se desarrolló. No se puede decir que ninguna cultura sea mejor que otra; más bien depende de cada individuo el que obtenga mayor o menor provecho de ella en términos de su desarrollo interno. Por esta razón, no tiene utilidad transportar reglas y costumbres a un ambiente cultural diferente de aquel en que surgieron.
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El hecho es que la gente está tan acostumbrada a poner etiquetas a las cosas, que es incapaz de entender algo que sobrepase sus límites. Permítaseme poner un ejemplo personal. Siempre que me encuentro con un tibetano que no me conoce bien, me hace la misma pregunta: "¿A qué escuela perteneces?". En Tibet, a lo largo de los siglos, se han desarrollado cuatro tradiciones budistas principales, y si un tibetano oye hablar de un maestro, estará convencido de que necesariamente pertenece a una de estas cuatro sectas. Si yo contesto que soy un practicante de Dzogchen, esta persona presumirá que pertenezco a la escuela Nyingmapa, dentro de la que se han preservado los textos Dzogchen. También me ha ocurrido que algunas personas, sabiendo que he escrito algunos libros sobre el Bon con objeto de revalorizar la cultura indígena de Tíbet, han dicho que soy un Bonpo. Pero Dzogchen no es una escuela o secta, ni un sistema religioso. Es simplemente un estado de conocimiento que los maestros han transmitido más allá de todo límite de sectas o tradiciones monásticas. En el linaje de las enseñanzas Dzogchen ha habido maestros pertenecientes a todas las clases sociales, incluyendo granjeros, nómadas, nobles, monjes y grandes figuras religiosas de todas las tradiciones espirituales y sectas.
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Las enseñanzas deben convertirse en un conocimiento vivo en todas nuestras actividades diarias. Esta es la esencia de la práctica, y fuera de esto no hay nada en particular que deba hacerse. Un monje, sin romper sus votos, puede perfectamente practicar Dzogchen, como puede hacerlo un sacerdote católico, un oficinista, un trabajador, y así sucesivamente, sin tener que abandonar su papel en la sociedad, porque el Dzogchen no cambia a las personas desde el exterior. Más bien las despierta internamente. Lo único que un maestro Dzogchen pedirá es que uno se observe a sí mismo a fin de obtener la conciencia despierta necesaria para aplicar las enseñanzas en la vida diaria.
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Todo el mundo tiene su propia forma de pensar y sus propias convicciones sobre la vida, aunque no todos puedan formularlas con precisión o definirlas filosóficamente. Todas las teorías filosóficas que existen han sido creadas por las confundidas mentes duales de los seres humanos. Lo que hoy se considera verdadero, mañana se puede reputar falso. Nadie puede garantizar la validez de una filosofía. Debido a ello, cualquier forma intelectual de ver es siempre parcial y relativa. El hecho es que no hay una verdad a buscar o confirmar lógicamente; más bien, lo que uno necesita hacer es descubrir en qué forma la mente nos confina continuamente en una condición de dualismo.


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https://www.nodualidad.info/textos/dzogchen-estado-de-conocimiento.html

lunes, 17 de julio de 2017

La Infantilización occidental


El irresistible avance de la corrección política es una señal muy potente que nos advierte de la infantilización de la sociedad occidental, reflejada con pavorosa nitidez en su universidad, de donde precisamente proviene.


Desde hace años, sociólogos, antropólogos o psicólogos vienen advirtiendo sobre la infantilización de la sociedad postindustrial. La media de edad aumenta incesantemente, la población envejece, pero los rasgos adolescentes permanecen en una porción significativa de sujetos adultos. La juventud se ha convertido en icono de culto, objeto de incesante alabanza, de veneración. Lo grave no es que la gente intente aparentar juventud física, recurra en exceso a la cirugía estética o a los implantes capilares. 
Es más preocupante que un creciente porcentaje de adultos se afane en el cultivo consciente de su propia inmadurez. Hoy día no son los jóvenes quienes imitan la conducta de los adultos… sino al revés. La experiencia, el conocimiento que proporciona la edad no es ya virtud sino rémora, un lastre del que desprenderse a toda costa.


En la genial novela de Philip Roth, “La mancha humana”, la vida del decano universitario Coleman Silk se desmorona tras interesarse por dos estudiantes que han faltado a todas sus clases, “¿Conoce alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia sólida o se han desvanecido como negro humo?” pregunta en el aula. Desgraciadamente para Coleman, uno de los aludidos resulta ser afroamericano y, cuando llega a sus oídos la pregunta, la interpreta como un ataque racista. 

Aunque no había ánimo ofensivo en sus palabras, puesto que jamás había visto al estudiante, Silk es acusado de racista, cesado como decano y despedido. Sin otra universidad dispuesta a contratarlo, su economía familiar se deteriora rápidamente. Padece el rechazo de la comunidad, el repudio de amigos y conocidos y, en el colmo de la desdicha, su esposa sufre una apoplejía a causa del estrés y fallece.

Aunque el decano Silk sea un personaje de ficción, Philip Roth refleja las vivencias de infinidad de profesores norteamericanos censurados o expulsados de las universidades porque sus discursos, o siquiera sus apreciaciones, turbaban a un alumnado cada vez más sobreprotegido e infantilizado. Porque no se ajustaban a lo políticamente correcto.


Hace poco más de dos años, según relató Judith Shulevitz, estudiantes de la Universidad de Brown organizaron un debate abierto sobre agresiones sexuales. Inmediatamente, otro grupo de alumnos, temeroso de que los intervinientes pudieran exponer ciertas ideas “negativas”, protestó ante la dirección argumentando que la universidad debía ser un “espacio seguro” donde nada avivara los traumas de las víctimas. 

Las autoridades académicas no cancelaron el acto, pero pusieron a disposición de los asistentes su propio “espacio seguro”: una sala contigua donde cualquiera pudiera acudir para recuperarse de algún punto de vista turbador, y, si se sentía con fuerzas, regresar al debate. La estancia estaba equipada con cuadernos para colorear, juegos de plastilina, cojines, música relajante, mantas, galletas, chicles, incluso un video en el que aparecían perritos jugando. 

También contaba con personal cualificado para atender posibles traumas. Cuando el evento finalizó, dos docenas de personas habían pasado por esta sala, una de las cuales explicó: “me sentía bombardeada por unos puntos de vista que van en contra de mis creencias más íntimas”.


En otra ocasión, un profesor del Columbia College recomendó la visita a una interesante exposición de arte samurai japonés. Inmediatamente, uno de sus estudiantes protestó airadamente, tachando su sugerencia de políticamente incorrecta porque podía herir la sensibilidad de los alumnos chinos. Obviamente, la objeción era absurda; la invasión de China por el ejército imperial japonés había finalizado setenta años atrás. Sin embargo, para el estudiante el tiempo transcurrido era irrelevante. Siguiendo su lógica, el arte alemán ofendería en Francia, el francés en España por la invasión napoleónica, o el español en Flandes.

Otro caso llamativo es el del ex presidente de la Universidad de Harvard, el economista Larry Summers, que tuvo la desgraciada ocurrencia de defender teorías donde mostraba que el coeficiente de inteligencia de los hombres presenta una dispersión, una varianza mayor que el de las mujeres, planteando como hipótesis que este hecho podía influir en la asignación de puestos de trabajo en las escalas más altas y más bajas. Automáticamente fue acusado de machista y, tras una durísima campaña en su contra, Summers se vio obligado a dimitir en 2006.


El irresistible avance de la corrección política es una señal muy potente que nos advierte de la infantilización de la sociedad occidental, reflejada con pavorosa nitidez en su universidad, de donde precisamente proviene. Tanto despropósito llevó a Richard Dawkins, profesor de biología evolutiva de la Universidad de Cardiff a advertir a sus estudiantes, con indisimulada indignación: “La universidad no puede ser un ‘espacio seguro’. El que lo busque, que se vaya a casa, abrace a su osito de peluche y se ponga el chupete hasta que se encuentre listo para volver. Los estudiantes que se ofenden por escuchar opiniones contraria a las suyas, quizá no estén preparados para venir a la universidad”.

La corrección política es producto de ese pensamiento infantil que cree que el monstruo desaparecerá con solo cerrar los ojos. Pero la maduración personal consiste justo en lo contrario, en descubrir que el mundo no es siempre bello ni bueno, en la toma de conciencia de que el mal existe, en llegar a aceptar y encajar la contrariedad, el sufrimiento. Y, por supuesto, en aprender a rebatir los criterios opuestos.


Desde el punto de vista conceptual, la corrección política es incongruente, cae por su propio peso. Dado que no todo el mundo opina igual ni posee la misma sensibilidad, no es posible separar con rigor lo que es ofensivo de lo que no lo es, establecer una frontera objetiva entre lo políticamente correcto y lo incorrecto. Hay personas que no se ofenden nunca; otras, sin embargo, tienen la sensibilidad a flor de piel. La ofensa no está en el emisor sino en el receptor. Así, en la práctica, es la autoridad quien acaba dictaminando lo que es políticamente correcto y lo que no. Y lo hace, naturalmente, a favor del establishment y de los grupos de presión mejor organizados.

La corrección política es una forma de censura, un intento de suprimir cualquier oposición al sistema. Y es además ineficaz para afrontar las cuestiones que pretende resolver: la injusticia, la discriminación, la maldad. No es más que un recurso típico de mentes superficiales que, ante la dificultad de abordar los problemas, la fatiga que implica transformar el mundo, optan por cambiar simplemente las palabras, por sustituir el cambio real por el lingüístico.


Los nuevos tiempos son testigos de la preponderancia de los rasgos infantiles sobre los maduros. La impulsividad, los instintos, dominan a la reflexión; el placer a corto plazo a la búsqueda del horizonte. Los derechos, o privilegios, imperan sobre los denostados deberes, esas pesadas obligaciones de un adulto. La inclinación a la protesta, al pataleo, domina a la auto superación. Y la imagen se antepone al mérito y el esfuerzo.

Los medios de comunicación actúan en consecuencia: incluso la prensa más seria promociona el cotilleo más obsceno, el chascarrillo, el escándalo, esas noticias que hacen las delicias del público con mentalidad adolescente. Resulta preocupante la fuerte deriva de la prensa hacia el puro entretenimiento, la mera diversión, en detrimento de la información y análisis rigurosos. La preponderancia de ubres y glúteos sobre la opinión razonada.


EL POPULISMO, CULMINACIÓN DEL INFANTILISMO

Muchos olvidan que la madurez consiste básicamente en la adquisición de juicio para distinguir el bien del mal, la formación de los propios principios y, sobre todo, la disposición a aceptar responsabilidades. Y que los dirigentes han contribuido con todas sus fuerzas a diluir o difuminar la responsabilidad individual. A sumir al ciudadano poco avisado en una adolescencia permanente. El Estado paternalista aseguró al súbdito que resolvería hasta la más mínima de sus dificultades a cambio de renunciar al pensamiento crítico, de delegar en los dirigentes todas las decisiones. Fue la promesa de una interminable infancia despreocupada y feliz.

El populismo constituye la fase final, el perfeccionamiento del proceso de infantilización, la cosecha definitiva de esas semillas sembradas concienzudamente por los dirigentes del Mundo Occidental. No es tan significativa la estética quiceañera como el discurso arbitrista, empachado de “lo público”, proclive al reparto de prebendas, tendente a eliminar los restos de responsabilidad individual. Líderes adolescentes y caprichosos para una sociedad infantil, anestesiada, entretenida con los juguetes que los de arriba dejan caer a voluntad.

Y EL RESULTADO ES… DONALD TRUMP

Clint Eastwood declaró: “Secretamente, todo el mundo se está hartando de la corrección política, del peloteo. Estamos en una generación de blandengues; todos se la agarran con papel de fumar”.

Renunciar al libre discurso, al libre pensamiento, para evitar herir la sensibilidad de algunos es peor que estúpido: es peligroso porque pone en cuestión los principios de la democracia. Debemos ser respetuosos con todo el mundo, por supuesto. Pero también expresar con libertad nuestras ideas y argumentos. 

Si alguien se molesta, se rasga las vestiduras, es muy probable que esté mostrando su talante inmaduro, su carácter infantil e intolerante. Lo advirtió George Orwell en su novela 1984: “La libertad es el derecho de decir a la gente aquello que no quiere oír”.

Javier Benegas y Juan M. Blanco (Fragmentos)

Lea el artículo original en: 

domingo, 16 de julio de 2017

"Mito de la caverna" de Platón

En el "Mito de la caverna" de Platón, los hombres permanecen atados de piernas y brazos percibiendo las sombras de los objetos que pasan detrás de ellos. En Matrix, la gente permanece dentro de unos enormes "cultivos de personas" en los que están dormidos, proyectando en sus mentes imágenes, sentimientos y situaciones dados por la Matrix. Ellos creen que ésa es su realidad, su verdadera vida, en medio de la sociedad del siglo XX, siendo que sólo son impulsos bioeléctricos enviados por las computadoras para mantener las mentes ocupadas y, a través de ello poder brindarle energía a las máquinas para su subsistencia.

1- La relación está en que, en ambos casos, los humanos viven un mundo ficticio creyendo que es el real.

2.-. En el Mito de la caverna, un hombre es sacado del lugar en que está y es enfrentado a la luz verdadera (la del sol), a los objetos que proyectaban las sombras, es decir, al mundo real, al principio, rehúsa creerlo, con el paso del tiempo, comienza a adaptarse, pero sigue confundido, le cuesta asimilar que su pasado es irreal. En la película, Neo es desconectado de Matrix y le es enseñado el mundo real.

Al igual que en el mito, Neo se rehúsa a creerlo, al principio cree que le están "vendiendo la pomá", le duelen los ojos, porque nunca había visto con ellos, sino con la mente, y, poco a poco, comienza a adaptarse al nuevo mundo que le ha sido mostrado.

3.- En la caverna el prisionero que es liberado puede apreciar la verdadera realidad, queriendo luego contarles y liberar a los que son prisioneros aún, y en la película lo mismo es reflejado cuando Neo decide volver a la Matrix para poder liberar al resto de la "masa".

Tomado de VideoInteligencia


jueves, 13 de julio de 2017

Puras distracciones...


- Huelga de taxistas paralizan la ciudad protestando contra Uber.

- Recorren la ciudad los Buses de la “Discordia”, sembrando más odio que amor.

- Muchachos “raperos” inundan el metro con sus letanías musicales, no exentas de letras positivas e inteligentes; pero cuando terminan el “show”, recolectan las monedas y se despiden con buena onda para todos, te los encuentras en las calles comportándose nuevamente como “marginales”.

- Aspirantes a revolucionarios, con sus “Che” como amuletos, siguen intentando derribarlo TODO, ni ellos mismos saben para que; mientras corren con sus zapatillas caras de marca y se destrozan los tímpanos con la música de Spotify en sus celulares de última generación.

- Amigo sevillano me dice que por esos lares llegarán en cualquier momento a 50 grados de calor.

- Se desprende un pedazo de hielo de la Antártida del tamaño de 9 veces Santiago, mientras Donald Trump sigue diciendo que el calentamiento global es un “bluff”.

- Pronóstico de frío polar con nevadas este fin de semana para Santiago; mientras los originales “Trotamundo” (Globetrotters) están de vuelta en la ciudad.

- “Astro” nacional del fútbol anuncia que está de novio con una modelo-actríz (rubia por supuesto) y Chile entero cae en el cuento de hadas.

Casi termina otra semana y me he “llenado” nuevamente de puras “DISTRACCIONES”; doy gracias Dios de mi ración de Paz y Tranquilidad que me proporciono a diario, con una disciplina que roza con lo militar-religioso.

sábado, 1 de julio de 2017

Enseñar a los niños COMO PENSAR, no QUÉ PENSAR...


Un maestro sufí tenía la costumbre de contar una parábola al terminar cada lección, pero los alumnos no siempre entendían el mensaje de la misma.
- Maestro – le dijo en tono desafiante uno de sus estudiantes un día -, siempre nos haces un cuento pero nunca nos explicas su significado más profundo.
– Pido perdón por haber realizado esas acciones – se disculpó el maestro-, permíteme que para reparar mi error, te brinde mi rico durazno.
– Gracias maestro.
– Sin embargo, quisiera agradecerte como mereces. ¿Me permites pelarte el durazno?
– Sí, muchas gracias – se sorprendió el alumno, halagado por el gentil ofrecimiento del maestro.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo el cuchillo en la mano, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?
– Me encantaría, pero no quisiera abusar de su generosidad, maestro.
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte en todo lo que buenamente pueda. Permíteme que también te lo mastique antes de dártelo.
– ¡No maestro, no me gustaría que hicieras eso! – se quejó sorprendido y contrariado el discípulo.
El maestro hizo una pausa, sonrió y le dijo:
– Si yo les explicara el sentido de cada uno de los cuentos a mis alumnos, sería como darles a comer fruta masticada.