viernes, 6 de julio de 2018

El Maestro Elefante


Desde aquel tristísimo día en el cual su Maestro, el Sabio Shivam, le hiciera esa confesión tan demente, el joven Goli, se hizo la firme determinación de renunciar a Shivam.

Shivam le había dicho: “Así como tú me llamas ‘Maestro’, porque bebes de mis labios las enseñanzas de los Libros Sagrados, así también, el alma mía ha necesitado de alguien que le enseñe. He escogido para Maestro mío al elefante Ekadantam”.

Goli pareció petrificarse. No se atrevió a hablar, ni siquiera a moverse. Él había hecho un viaje de más de cuatro mil kilómetros para acercarse a Shivam; ¡cuyo Maestro era un elefante!

“Lo que me acaba de confesar – murmuró– o es una locura, o bien estoy soñando”.

Media hora más tarde, y ya en su choza, sentado en su lecho, tomándose la cabeza con ambas manos, se decía: “Si preparo mis humildes pertenencias y me alejo, renunciando a Shivam, no podré entender jamás el significado de sus palabras. Por otra parte, si permanezco aquí, ¿cómo ocultar el disgusto que me produce minuto tras minuto semejante confesión?

Sin embargo –se dijo– todas las espadas de estos razonamientos no logran hacer la más pequeña melladura en los sentimientos de amor que me unen a mi Maestro. Es cierto que me perturban, pero nada pueden con mi afecto por él”.

Así pues, en un mar de ideas encontradas, y sin saber qué hacer, Goli, pasó la noche en el Ashram cavilando. Al filo de las cuatro de la mañana había llegado a una resolución: “Esperaré”, se dijo. “En casos así, el acogerse en la morada de la paciencia, es sabiduría”. Se deslizó de su lecho, dispuesto a seguir los pasos de su Maestro dentro del Ashram desde cerca.

Así pudo ver como éste, a su vez, seguía los pasos del elefante Ekadantam y lo veía ingresar a un pantano y sumergir su cuello en él, cuello del cual pendían unas campanas de bronce puestas por su cuidador a modo de alarma para que se lo escuchara cuando Ekadantam quisiera ingresar al cercano huerto de manzanas y apropiarse de ellas. El elefante, inteligentemente, apagaba el sonido de las campanas de su cuello sumergiéndolas en el lodo.

Grande fue la sorpresa de Goli cuando escuchó a su Maestro decir junto a él: “Hijo mío, el día que nosotros, los hombres, aprendamos a silenciar la campana de nuestros deseos para conquistar el regio fruto del árbol de la sabiduría, el día que esto hagamos, nos convertiremos en hombres liberados.

Estas visitas de Ekadantam, primero al pantano, y luego al huerto de manzanas, él las lleva realizando por muchísimos años. Pacientemente contemplo su ingenio una y otra vez, anheloso de despertar algún día, al sagrado silencio de los instintos y el ego. Aún no lo he logrado, aunque creo humildemente que cada día estoy más cerca de conseguirlo. ...

Y el joven Goli, con lágrimas de contentamiento, bañó los sagrados pies de su Maestro, agradeciendo su muestra de Divina Humildad. El Camino a Dios se abre en cada punto del Universo. Sólo los Caminantes aprenden a reconocerlo, sólo ellos están siempre dispuestos a dejar sobre los mismos, sus benditos pasos.