Este conmovedor episodio de la vida de Jesús, ocurrió cuando sus apóstoles se reunían con sus respectivas familias para departir unas horas antes de emprender su época de capacitación en los años de transición.
Todas las familas de los apóstoles habían venido, menos la familia terrenal de Jesús: Recordemos este episodio: “..Fue Andrés quien se percató de la ausencia de Jesús. Nadie lo había visto en toda la mañana. ¿Qué sucedía? ¿Dónde estaba el Maestro?
Alguien entró en el caserón y preguntó. Nadie sabía nada. Zal tampoco se hallaba en el lugar. Y los discípulos se movilizaron. Andrés se dirigió a la playa. Podían ser las doce del mediodía. Me fui tras él. No tardamos en descubrir a Zal. Se hallaba en la orilla, con las patas delanteras sobre la borda de una de las embarcaciones embarrancadas en la arena. Ladraba y agitaba la cola con insistencia.
En el interior de la barcaza distinguí la alta silueta del Maestro.
Estaba sentado, con la cabeza baja. No parecía prestar atención a los preocupantes ladridos de su perro. Andrés y yo nos miramos. Algo pasaba. Caminamos despacio, intentando pensar. ¿Qué había sucedido? Nos colocamos frente a Él, pero no reaccionó. Permanecía, en efecto, con la cabeza inclinada y los cabellos sueltos.
Vestía la túnica blanca. A su lado, en el fondo de la lancha, perfectamente doblado, aparecía el manto. Algo más allá descansaba el petate. Zal seguía ladrando, y lo hacía sin perder de vista a su amo.
El noble animal intuía algo... Pero ¿qué era lo que le ocurría? Ni siquiera saludó. Él sabía que estábamos allí...
Fue Andrés quien se decidió a hablar.
—Señor, todos te esperan...
El Galileo no replicó. Continuó con el rostro hundido y oculto por los cabellos. Zal ladraba y ladraba.
Empecé a preocuparme.
—Señor —insistió el «jefe»—. Hoy es el día grande y triunfal. Debemos ir...
Jesús, entonces, levantó la cabeza, apartó el pelo del rostro, y nos contempló en silencio. Sentí un escalofrío. El Hombre-Dios lloraba. Era un llanto sereno y continuado. Las lágrimas resbalaban y se precipitaban entre la barba. Allí desaparecían. Zal empezó a gemir... Andrés, espantado, dio un paso atrás. Era la primera vez que el discípulo veía llorar al rabí. No terminaba de entender. ¿Por qué lloraba? El discípulo se rehízo y, con voz quebrada, preguntó: —Maestro, ¿quién te ha ofendido? Dímelo y le arrancaré el corazón... Jesús no acertó a replicar. El llanto lo ahogaba. Se secó las lágrimas y, al poco, intentó dibujar una sonrisa. Lo consiguió a medias.
Y el bueno de Andrés insistió:
—¿Qué te hemos hecho, Señor?
El Maestro negó con la cabeza. Las palabras seguían sin obedecer. Y por mi mente pasó de todo. ¿Lloraba a causa de alguna desgracia? Pensé en Ruth. Volví a estremecerme. ¿Había muerto? Eso no era posible... Él captó mi inquietud, me dirigió una mirada, y movió la cabeza, negativamente. ¡Qué difícil era acostumbrarse...! Pero, si no se trataba de Ruth...
—Por favor, rabí, ¿qué sucede? Andrés estaba lívido.
El Hijo del Hombre se hizo con el control. Las lágrimas desaparecieron y una sonrisa fue iluminándole. Finalmente exclamó:
—Poca cosa, Andrés... Sucede que estoy triste.
Fue la única vez que yo recuerde, que Jesús de Nazaret reconoció estar apenado. Zíil continuaba gimiendo, siempre con las patas sobre la borda del barco. Y el Maestro explicó el porqué de su tristeza: era la primera gira de predicación, efectivamente, pero nadie de su familia carnal había acudido a despedirle.
Así de simple. Tenía razón.
Ni Andrés ni este explorador nos atrevimos a hacer un solo comentario. ¿Qué podíamos decirle? La familia del Maestro, en efecto, se hallaba lejos, y en su contra.
Pero nada de esto fue relatado... Obviamente, no interesaba lastimar la imagen de la Señora. Jesús fue breve en la explicación. Saltó a tierra y Zal se precipitó hacia Él. Se colocó de patas sobre el pecho del Galileo y la emprendió a lengüetadas con su amo
.
El Hijo del Hombre agradeció el afecto del perro y acarició con fuerza la cabeza y el bello manto color estaño.
El Hijo del Hombre agradeció el afecto del perro y acarició con fuerza la cabeza y el bello manto color estaño.
El rabí hizo ademán de tomar el saco de viaje. No lo permití. Me adelanté y cargué el petate. Jesús sonrió, tomó el ropón color vino, me guiñó un ojo y proclamó, decidido:
—¡Vamos!... ¡Despertemos al mundo!...
“Caballo de Troya” (9)
J.J.Benítez
"EPISODIO NO NARRADO EN LOS EVANGELIOS"
ResponderEliminarVaya cosa absurda el tratar de poner palabras de un escritor como verdades en evangelios. Caballo de troya es un libro de ficción DE NINGUNA FORMA ES PARTE DE EVANGELIO ALGUNO.
Confunden a la gente con cosas así.