viernes, 4 de agosto de 2017

Ángel


La tradición oral egipcia sigue narrando la historia de aquella vez que llegué con un grupo de españoles al Sinaí y me encontré en la cima con un niño que rezaba mirando al horizonte.
Acercándome, le pregunté con sorna: 

- ¿Con quién hablabas?
– ¡Con Dios! – Me respondió
- ¿Qué Dios? ¡Yo no puedo verlo! – Repliqué.
Pero el pequeño, señalando con su dedo algún punto delante de él, dijo:
- Quizás debería mirar mejor
- ¿Hablas con un Dios que solamente puedes ver tú? – Seguí preguntando -
¡Ese es su secreto y el mío! – Contestó
- ¿Y te responde? – Insistí -
¡Oh, por supuesto señor! - dijo finalmente,
y, volviendo su mirada entre las escarpadas cumbres, comenzó a entonar extractos del Sagrado Corán mientras yo me daba la vuelta y regresaba donde acampaban mis compañeros. No obstante, cuando me senté junto a ellos, uno me preguntó:
- ¿Con quién hablabas?
– Con un niño – respondí
- ¿Qué niño? ¡Yo no puedo verlo! – Me replicó y, señalando el lugar donde el pequeñuelo seguía recitando el Corán, comprendí que solo yo era capaz de verlo y oírlo.
En aquel momento se me encogió el corazón, dejé de respirar y entendí lo que estaba pasando
- ¡Quizás deberías mirar mejor! - dije finalmente mientras notaba cómo en mi alma se encendía una poderosa llama
- ¿Hablas con un niño que solamente ves tú? – Siguió preguntándome
- ¡Sí! - dije - ¡Ese es su secreto y el mío!
- ¿Y te responde?- Insistió mi compañero
– ¡Por supuesto!
- ¿Y qué te ha dicho? - Volvió a preguntarme
– Oh amigo mío, si te lo dijera, me tomarías por loco. Ese niño era un ángel del Señor que me ha enseñado la Belleza que se esconde en los versos de su propio Corazón.
Extracto del libro: 50 Cuentos Universales para Sanar tu Vida
Manuel Fernández Muñóz

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